lunes, 23 de enero de 2012

La grandiosidad de lo divino está en lo cualquiera.


Apretándose las manos, medita:
"Recuerdo el fugaz brillo de tus ojos cuando se acercaban las bocas
Los impulsivos te quiero con formas de te amo .
Las demostraciones que soñaba cuando tu acariciabas mis dedos
Jamás te pedí dinero, ni que me compraras una casa, tampoco una rosa por cada aniversario, y ni tan sólo un desayuno cuando abría los ojos.
Quería verte, susurrarte la lluvia de emociones que se venían encima, tocarte velozmente, apiadarme del momento.
Recuerdo llenar tu espalda de besos, tu pecho de expectantes alientos y tus oídos, de un amor eterno.
Y cuán eterno fue, que al ponerle un punto se borró la frase.
Las miradas enamoradas que aquellas veces se encontraban. 
El poder de la imaginación contra la cruda realidad.
Los instantes donde se cruzaban nuestros ojos, y sin pensar en nada, construíamos miles de ciudades, miles de mundos, miles de personas, centenares de constelaciones, todo lo irreal que costaba creer. E inmediatamente, estos se evitaban, callaban, dejaban a la pasión fluir, sin sentido, con placer, sin motivos.
Recuerdo la partida, la llegada, aquella sonrisa que acompañada de una faceta, era todo lo que tuve y pensé tener. Lo que me costó luchar para conseguir su fallecer.
Sus risas, con manos traviesas que jugaban con la piel, sin nada racional, alucinando con lo que se podía procrear con la fuerza del te amaré". 


Desconsolada en pensamiento, recobra los pasos fuera de los sueños.
Tiene rutas que aún ni conquistó, que ahora tocarán.
Lista en la ignorancia, cruza los dedos para que los toques de su corazón duerman y fluya el amar.



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