domingo, 24 de febrero de 2013

Cuando sentimos que nos aislamos del mundo, cuando creemos que ya no hay motivos para creer en la nueva oportunidad de ser feliz que otorga la vida.
Aparece.
Ocurre y sin que te des cuenta estás sometido a un tormento que te agrada tener.
No sientes el dolor como una caída al suelo, sino como el suelo cayendo y tú tras él.
De repente, recuerdas que tú por un momento, desconocías lo bello y trágico que era el amor.
Pero se despertó, con tanto sueño que tropezaste al volver a andar.
¡Qué bello es, qué lujuria tan profunda que ciega de placer!.
Derramando pena y ensuciando el orgullo, se deposita en los aposentos más privados del alma
El corazón. Que lleno de pavor...
Huye inmerso de dudas que le obligan a retroceder.
Y es que si amas, amarás tal y como sientas en tu interior, no importarán tus propios engaños, ni los terceros criterios, ni las segundas opiniones, ni la primera pasajera y externa devoción.
Los otros se irán, pero su querer no.
Si te atrapa, aunque intentes zafarte, aunque lo odies, aunque aborrezcas esa nueva sensación de dependencia a un solo universo formado por ese nombre que te cautivó, te dejarás coger.
Te dejarás llevar, y ese día que afirmaste una negación.
Será la ironía que abandone lo imperfecto para ser ante tus ojos, perfección.
¡Ay, amor! Dulce y fatigoso amor.
Aprisionas atormentando felicidad, y desapareces con el caminar de un ilusionado soñador.
Dejando al que te cuidó, al que te protegió, en manos de un destino sin certeza ni cohesión.
Porque si te dejas abrazar por esos brazos que te aportan una tranquilidad llena de seguridad, significa que por un momento estuviste en la eternidad.
En una donde la esperanza es su sonrisa, la fe es su pelo, el respeto es su cuerpo y el sueño es su corazón.
No olvidando pues, su palpitar que ante tu perplejo, te introduce paz.
Inolvidable amor, destino del iluso que afortunado, se deja hacer.

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