domingo, 22 de febrero de 2015

La tranquilidad se quedó sin preguntas desde que tu cintura rozó la palma de mi mano.
Las dudas atravesaron un trance silencioso, quedando a un lado cuando tus labios besaron los míos.
Ya no era lo mismo dentro de la comodidad del deseo que se surcaba bajo sábanas, pero todo era como siempre cuando tu piel se apegaba la mía como si fuera una sola.
No quieres viajar más allá del éxtasis, y yo quiero adentrarme y visitar cada parte de tu alma.
Qué hacer cuando caer en picado es realmente a lo que quieres optar.
Qué hacer cuando estamparse contra el abismo es demasiado dulce si el motivo eres tú.
Como una rosa marchita, la belleza de un amor destruido es la luz de un oscuro túnel denominado dejarte ir. Y por miedo a que no sepas volver, me agarro a tu pecho sosteniendo así cada latido de mi corazón.
Las preguntas sin respuesta se enamoraron de suposiciones, dejándose ir en medio del placer que daría lugar a sueños imprecisos después. 
Sin ser dos, somos uno. Sin querer nada lo quisimos todo, y en el sombreado de la habitación, dos amores profundamente pasionales se aman sin poder sujetarse cuando se llega al final. Porque cuando todo acaba, realmente no queda más. Tú me sientes pero no pretendes quedarte conmigo, y mis dedos rozan la meta sin ni siquiera haber atravesado la mitad del duro camino que tal vez no tenga final.
Perdición indecisa que me mantiene viva, deseo letal que asesinó mi vida para resucitar en un cielo que se mantiene por horas, hasta que la luz del cuarto se vuelve a encender. 
Hasta que tú, sin realmente desearlo, finges quererte ir. 

Bea Morales Fernández

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