viernes, 24 de julio de 2015

Nunca entenderás que eras todo lo que quería incluso cuando eras polvo alrededor de mis llamas. Nunca comprenderás que el aliento que expulsaba era la consecuencia de tu respiración; eras mi piedra favorita y la única con la que tropecé por doceava vez o vete a saber cuán hostias me pegué por ti, en ti. Y cuando aspire a la cima, miraré al cielo estrellado como un camino hacia tus ojos, donde tu mirada meditabunda se habrá excitado, alegrado, entristecido y, tal vez, enamorado. Las despedidas no son tal cual las pintan los directores en las películas, a veces hay algo más que eso: discusiones sin opción a la disculpa de después; llantos indescriptibles; depresiones complicadas de superar; dependencias emocionales; y, la mayoría de las veces, sin las dos personas diciéndose que siempre se amarán bajo la lluvia.
Así que, cuando mires atrás, recuérdame como una persona que se volvió maestra en el amor cuando se enamoró de aprendiz; incluso cuando su sonrisa se borró entre las risas de los recuerdos y las esperanzas fallidas que cayeron como granizo por la habitación. Y, sí, siempre seré esa niña que mira más allá de las realidades más obvias, la misma que nunca quiso un rumbo fijo si no eran las aventuras que tendían tu mano. 
Todo tiene un final, hasta las películas que nunca se grabaron y tenían pinta de llenar salas de cines, tituladas: relaciones jodidamente sentidas que pasan en la vida real. 

Bea Morales Fdez 

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