viernes, 11 de septiembre de 2015

Tras tanto tiempo y sin quemaduras visibles por aquel amor fogoso y bravo noto como la racionalidad se apodera de aquellos momentos de locura donde nuestro nombre desaparecía del mundo. Tú sabías amar por aquel entonces e ingenua de mí, aposté por la estafa universal. Hoy en día ya comprendo algunas cosas como el por qué tras el portazo no me seguiste, pues te cansaste de amar y, aun así, preferiste agarrarte a emociones resbaladizas. Y, también, comprendo como el amor deja marcas invisibles a flor de piel, noches de insomnio, y el por qué amamos lo que no nos da motivos para creer. Sí, simplemente creer, pues no hay mayor fuerza que la fe en algo o alguien. Ahora sé que la confianza nunca fue nuestro punto fuerte y que, aunque tu soberbia pueda más que lo que sentías por mí, yo maduro a cada segundo que no estás a mi lado. Conmigo te alzabas en una gloria casi imperceptible, y yo que amaba por primera vez me abracé a la esperanza del cambio que no llegó.
Y por todo esto hoy entiendo que mi mayor error fue continuar algo que nunca tuvo principio ni final, algo que pudo con la ilusión y se comió nuestro ánimo; un sentimiento demasiado real para esta vida tan superficial, para ella y cada habitante que prefiere destacar que indagar en sí mismo, como yo por aquel entonces y como tú ahora; como aquel amor loco y desmadrado que se consumía de vez en cuando por aquel entonces y como ese amor que aprende a valorar y a querer toda una vida al lado del otro ahora; como el "siempre" por aquel entonces y las cenizas de esa palabra ahora. Y cuando miré atrás, sabré que amé a un hombre que amándome, no fue capaz de dejar todo atrás o cerrarme la puerta a tiempo; sabré que adoré a un hombre que me adoraba en silencio y, sabré que callaste demasiado, y ese demasiado nos pesará toda la vida. Y, nos pesará, porque sé que mucho de lo que no  me dijiste se fue con el viento, se fue conmigo. 

Bea Morales Fdez 

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