miércoles, 30 de marzo de 2016

Aráñame las entrañas y muérdeme el miedo. Sedúceme con valentía y fóllate mi miedo, mi temor por amarte más y morir. Susúrrale a la melancolía que siempre fue tuya, que éramos capaces de odiarnos amándonos porque todo es posible en el amor. 
Dime desde cuando te importa que mi desnudez sea el único conocimiento de la felicidad que has tenido en tiempo; dite que es tu reflejo el que imagina que somos otras personas en otro lugar donde los prejuicios no nos señalan. Dime que, en el fondo, me tienes muy adentro, que la calidez que sale de ti es pensando en como te miro cuando estás vulnerablemente en cuerpo presente pero con la mente en mi piel, llena de heridas que provocas por amarme locamente como nunca has querido. 
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Al final, lo único que nos queda es nuestra debilidad porque así ha querido el camino que sea ante mi fortaleza insostenible, y lo único que se me ocurre cuando imploras en silencio tenerme, es meditar sobre por qué realmente eres mi capricho más nefasto, mi adicción letal y mi droga viciosa. 
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Mientras las palabras se quedaron por el pasillo y las ropas en el salón, solo consigo decir sin aliento y locamente enamorada de tu superficialidad: 

 -Penétrame el aliento y hazme gemir de vida.

Beatriz Morales Fernández 

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