Perdonarse no es tan fácil. De entrada, se requiere paciencia para asimilar que acciones han determinado que un desastre se esconda bajo tu almohada. Los fantasmas suelen pesar bastante y se suelen aferrar a nuestros tobillos para impedirnos caminar y, al final, ese es el verdadero reto que tiene uno mismo en un periodo de transición: librarse de ellos.
¿Librarse es olvidarlos? Más bien enterrarlos, la mente humana tiene un engranaje que está en funcionamiento las veinticuatro horas del día y muchas veces en diferentes trayectorias de la vida nos toparemos con la nostalgia, algo totalmente humano, y esta nos hará frente. Si olvidamos los fantasmas, volverán a aparecer y destruirán los muros ficticios que ocultaban los errores; pero si los enterramos solo tenemos que echarles un poco más de tierra, pisar firmemente y seguir adelante.
Como dije al principio, nadie dijo que fuera sencillo, pues cuando algo que nos importa se aleja tenemos que comprender que ya no volverá a estar en nuestra vida. Comprender es llorar la pérdida, enrabiar, soportar el dolor, abandonar esperanzas y buscar nuevos espacios de confort que no tienen por qué ser cuerpos temporales sino soledades que alivian el pesar. Podríamos decir que estamos pasando un luto y seguramente no nos equivocaríamos, pero el principal problema será el tiempo, concepto subjetivo creado por el ser humano.
Hay quienes necesitan años para superar algo que no quiere quedarse y hemos de entender ese proceso. La prisa acompaña nuestra vida y muchas veces pasan trenes que, si no hubiéramos estado en el fondo de un pozo que aparentemente no tiene salida, los cogeríamos y seríamos muy felices. Sin embargo, que pasen trenes no es algo negativo, al contrario. Coger un tren o lanzarte a una nueva aventura exige ganas y capacidad para estrellarse y no siempre estamos dispuestos a ello, esto no quiere decir que no volvamos a estrellarnos y a ser felices entre golpe y golpe, solo significa que a veces hemos de cicatrizar lo que no para de sangrar para no adentrarnos en laberintos que nos quitan segundos de vida a cada intento de salida.
Claro, una cosa es decir todo esto y otra es hacerlo, lo sé. Podemos amar a personas a las cuales hacemos daño y aunque parezca inconcebible, ocurre. Las verdades absolutas no existen y los ideales que nos imponen desde pequeños limitan nuestras numerosas oportunidades de entender las emociones y la misma existencia. Puedes amar y hacer daño porque somos seres humanos y nadie tiene culpa de serlo. Por eso debemos perdonarnos, por abrazar los impulsos y ser hipócritas con muchos de nuestros actos, por pedir y no dar, por amar lo que se pierde y perder lo que se ama. Así que no te olvides de que los caminos más difíciles son los que, tarde o temprano, te aliviarán el alma, pues nadie merece sufrir eternamente y todos tenemos el derecho de volver a saborear la felicidad.
La mirada de una persona dice más que cualquier palabra, atrévete a adentrarte en la tuya, puede sorprenderte lo que encuentres en ella pero sea como sea entiende que el error de hoy será la experiencia de mañana y la sabiduría de tu intelectualidad. Ojo, muy importante: la realidad es propia de cada individuo y ninguna es mejor que otra, por ello no temas a tener creencias o maneras de pensar y de sentir distintas a las que nos enseñan desde que somos pequeños, nadie ama ni perdona de la misma manera, luego las concepciones sociales de todo lo que vivas o sientas no debe entorpecer tu modo de ser feliz.
Beatriz Morales Fernández