domingo, 29 de enero de 2017

Perdónate la vida

Perdonarse no es tan fácil. De entrada, se requiere paciencia para asimilar que acciones han determinado que un desastre se esconda bajo tu almohada. Los fantasmas suelen pesar bastante y se suelen aferrar a nuestros tobillos para impedirnos caminar y, al final, ese es el verdadero reto que tiene uno mismo en un periodo de transición: librarse de ellos. 
¿Librarse es olvidarlos? Más bien enterrarlos, la mente humana tiene un engranaje que está en funcionamiento las veinticuatro horas del día y muchas veces en diferentes trayectorias de la vida nos toparemos con la nostalgia, algo totalmente humano, y esta nos hará frente. Si olvidamos los fantasmas, volverán a aparecer y destruirán los muros ficticios que ocultaban los errores; pero si los enterramos solo tenemos que echarles un poco más de tierra, pisar firmemente y seguir adelante. 

Como dije al principio, nadie dijo que fuera sencillo, pues cuando algo que nos importa se aleja tenemos que comprender que ya no volverá a estar en nuestra vida. Comprender es llorar la pérdida, enrabiar, soportar el dolor, abandonar esperanzas y buscar nuevos espacios de confort que no tienen por qué ser cuerpos temporales sino soledades que alivian el pesar. Podríamos decir que estamos pasando un luto y seguramente no nos equivocaríamos, pero el principal problema será el tiempo, concepto subjetivo creado por el ser humano. 
Hay quienes necesitan años para superar algo que no quiere quedarse y hemos de entender ese proceso. La prisa acompaña nuestra vida y muchas veces pasan trenes que, si no hubiéramos estado en el fondo de un pozo que aparentemente no tiene salida, los cogeríamos y seríamos muy felices. Sin embargo, que pasen trenes no es algo negativo, al contrario. Coger un tren o lanzarte a una nueva aventura exige ganas y capacidad para estrellarse y no siempre estamos dispuestos a ello, esto no quiere decir que no volvamos a estrellarnos y a ser felices entre golpe y golpe, solo significa que a veces hemos de cicatrizar lo que no para de sangrar para no adentrarnos en laberintos que nos quitan segundos de vida a cada intento de salida. 

Claro, una cosa es decir todo esto y otra es hacerlo, lo sé. Podemos amar a personas a las cuales hacemos daño y aunque parezca inconcebible, ocurre. Las verdades absolutas no existen y los ideales que nos imponen desde pequeños limitan nuestras numerosas oportunidades de entender las emociones y la misma existencia. Puedes amar y hacer daño porque somos seres humanos y nadie tiene culpa de serlo. Por eso debemos perdonarnos, por abrazar los impulsos y ser hipócritas con muchos de nuestros actos, por pedir y no dar, por amar lo que se pierde y perder lo que se ama. Así que no te olvides de que los caminos más difíciles son los que, tarde o temprano, te aliviarán el alma, pues nadie merece sufrir eternamente y todos tenemos el derecho de volver a saborear la felicidad.

La mirada de una persona dice más que cualquier palabra, atrévete a adentrarte en la tuya, puede sorprenderte lo que encuentres en ella pero sea como sea entiende que el error de hoy será la experiencia de mañana y la sabiduría de tu intelectualidad. Ojo, muy importante: la realidad es propia de cada individuo y ninguna es mejor que otra, por ello no temas a tener creencias o maneras de pensar y de sentir distintas a las que nos enseñan desde que somos pequeños, nadie ama ni perdona de la misma manera, luego las concepciones sociales de todo lo que vivas o sientas no debe entorpecer tu modo de ser feliz.

Beatriz Morales Fernández 

martes, 24 de enero de 2017

La soledad contrariada me recibe al entrar en casa; las lágrimas me preparan un baño y la dignidad me susurra "te lo dije". Me ahogo al recordar cuanto creí que nuestro esfuerzo valía mucho más, no es fácil amar la punta de un puñal a sabiendas de cuanto puede cortar el roce. Visualizo tantas emociones y momentos que, al recordar tu mirada y todo lo que creía tan cierto como respirar, la presión me tapona los pulmones y las lágrimas forman pequeñas tormentas en mis mejillas.
Una farsa representada en el teatro más real, la vida, me da la bofetada más dura, y dicho golpe no solo me tumba sino que me sumerge en un dolor con curación en dosis de tiempo. No hay enfermedad más dura que la que te produce una persona enganchada a tu piel, no hay golpe mayor que el que te muestra como en el amor no vale todo y como quien dice amar, amó más a la idea que a tu propia persona.

Hoy me cobijo  en mí, no hay nada más reconfortante que eso, cogerse de las rodillas y apoyar la cabeza para dejar salir toda la rabia, impotencia, resignación y dolor, dejar salir el más puro dolor que produce el desengaño. Mis pensamientos atraviesan tantos portazos, tantos gritos, tanta indecisión...y tanto amor, tanto sexo, tantos besos, tantas miradas desnudas entre nuestros cuerpos y...nada, todo tan falso. Bienvenida al mundo real, bienvenida a la farsa más hermosa y denigrante, sea bien recibida a las querencias que fueron falsas desde antes de decirlas.

Al final, todos somos unos niños que nos adentramos en probabilidades y no en un resultado exacto, todos creemos que es nuestro momento y, todos, hemos amado a alguien que tal vez no es capaz de apostar por tus imperfecciones y por el peso que conlleva el caminar juntos.
Rendirse es fácil, enterrar lo que creías tan vivo como el llanto de un recién nacido...requiere olvido, requiere entender que a veces hay cosas que no se explican porque una persona no puede arreglar la vida de los demás sola.  Requiere llorar, odiar, perdonarse, volver a llorar, ilusionarse, desilusionarse, nuevamente creer en otras posibilidades...Requiere requerirse y, sobre todo, dejar ir lo que no pretende quedarse, lo que no apostaría por ti aún en trozos rotos.

Beatriz Morales Fernández 


lunes, 9 de enero de 2017

Reina de la nada más llena

Mi madre me enseñó a ordenar los monstruos que dejaba tirados por la casa, aunque ahora suelo meterlos debajo de la alfombra o los escondo entre los libros de las estanterías del salón en vez de meterlos bajo la cama. Suelo buscar mucho el porqué y poco el quién sabe, lo cual me ha llevado a meterme en tormentas emocionales que te empapan de arriba a abajo. No suelo ser la mejor apuesta y posiblemente aparente más de lo que soy, pero no pierdo la esperanza en cuanto a dejar de recoger monstruos por todos lados, ya sea porque se cansarán o porque sencillamente desaparecerán, y sé que soy terriblemente masoquista al desear que me abandonen pero... ¡vaya! suelo ser más rara que un perro rosa, que eso sí que es complicado de ver. 


Hay días en los que me miro y solo rompo en pedazos la poca autoestima que me sostiene, ya que la desesperación es traicionera y cuando me invita a beber con ella tiendo a emborracharme de nostalgia y a perder el control de mi vida. Sin embargo, antes de salir, me maquillo la alegría y convivo con la observación ante las situaciones que se me presentan. Es complicado ser quien soy ya que no soy nadie, nadie con apellido. A veces tengo segundo nombre y me cuelo en algún apodo como amor, todo o deseo, pero tiendo a desaparecer cuando se desvanece el control de la situación. 

Mas, algo que ahora entiendo, y que antes no podía por el egocentrismo de mi sonrisa, es el porqué coño he querido controlar lo incontrolable, ¿acaso el amor se maneja? Bueno...


Me temo que la lujuria pudo con el aprecio que le tenía a los sueños de princesas.


Beatriz Morales Fernández