jueves, 23 de marzo de 2017

Mi bella bahía

      Se puede sentir a nuestra ciudad cuando en vez de mirarla, la observas con detenimiento y cuando en vez de oírla, escuchas su silencio. En cada rincón de los barrios que hoy se abandonan con mayor frecuencia, hay risas de niños ocultos en la sombra por ese sol constante que caracteriza a nuestro clima un mediodía de Vegueta. 

      En ese puente donde nuestros antepasados veían el constante y escaso río pasar, alguien se paró a pensar que determinaría el futuro de aquella tierra insular que hoy perdemos a cada cimiento. Y es en ese pensamiento olvidado de aquel que ya se ha unido a las raíces del tiempo donde se concentran todas esas ilusiones de prosperidad y desarrollo que perviven en aquellos que quieren sostener su pasado y fomentar un crecimiento saludable en su urbe.

La bahía de nuestra ciudad es el reflejo de la belleza que tiene el isleño en su modo de concebir la vida: paciente, propio de lo suyo, silencioso en su ruido interior. Muchos antes vieron lo que se nos acontecía y solo unos pocos levantaron la cabeza del suelo por la preocupación vital de sobrevivir y el sudor de un trabajo que solo permitía llenar a medias el estómago de su familia.

Pero hoy es nuestro momento, es el instante de conversar de tú a tú con esas calles que piden una dedicatoria para reflejar la idiosincrasia que vamos perdiendo injustamente y para demostrar que somos parte de una identidad vinculada al espacio. Las Palmas de Gran Canaria merece ser amada y recordada por lo que nos ha hecho ser hoy.


Beatriz Morales Fernández 

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