domingo, 13 de marzo de 2011

Por ahí anda ese pequeño ser, ese ser que sabe añorar, amar, amar a alguien que no le ama, que odia la ignorancia de los grandes.
Ahí se encuentra tumbado en el sucio suelo de la calle, pisoteado como esos chicles tirados tras saliva gastada en miles de conversaciones de todo tipo, viendo el mundo demasiado grande cuando solo han tocado un cuarto de él.
Ya de noche no duerme, cuenta la aspereza humana que dejan para dormir, ¿cómo un ser tan tierno puede derrotar a la furia de la naturaleza aunque sea un segundo? se pregunta.
Ha visto la vida, miles de sentimientos pasan a su lado, envidia lo ordenado, pero ya nada en una cabeza puede estarlo.
El pequeño ser arremete contra preguntas, contra esas que tienen una respuesta tras experimentarlas.
No entiende a los rebeldes que luchan por una vida loca y no por una mejor en condiciones.
Del porque toman la rebeldía como un derecho por el que hay que luchar. Más bien, eso llega solo, cuando de verdad necesites usarla.
Muchos la cogen y al llegar al estado de pasar de la vida, la dejan conducir sola por el aire.
El pequeño ser se suele sentar a verlas pasar, esas rebeldías perdidas que fueron sueños por impacientes, por evitar una vida sin emociones de novela.
Ha pasado tiempo, el ser ha comprendido que significa un misterio humano. Es todo aquello que una persona puede llegar a sentir, como lo interprete y como cree su propia definición de la palabra que vive o va a vivir.
El ser en este tiempo ha crecido, se ha vuelto duro y está cargado de humanidad.
Por lo tanto, puede describir esto como un miembro más de la faz de la Tierra. Llegando a ser humano y así, pisotear las calles llenas de aquellos chicles desgastados, sin saber de verdad que interpreta y que significado real y racional le administra. Si es que, lo llega a conseguir.



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